domingo, 2 de septiembre de 2012

Cartas para un perdón


Correspondencia entre  Vladimir Jankélévitch y Wiard Raveling


Traducción: Claudia Larios Padilla

A principios de 1980, durante una emisión de La máscara y la pluma animada por François-Régis  Bastide, Vladimir Jankélévitch declaraba, a propósito de los alemanes: « mataron a seis millones de judíos, pero duermen bien, comen bien y el marco se porta bien ». Terrible frase de un filósofo que persistía en su rechazo a perdonar a los responsables de la Shoah y que había decidido desterrar para siempre a Alemania de su vida.
En el mes de junio de ese mismo año, un joven alemán, Wiard Raveling, decidió sin embargo obtener ese perdón. Después de la intervención de Jankélévitch en La máscara y la pluma, le escribió una larga carta por mediación de François-Régis Bastide. Expresaba cuánto sufría por su país, no negaba ninguna de las abominaciones del pasado y suplicaba al filósofo ir a visitarlo. Contra todos los pronósticos, Jankélévitch le respondió a Wiard Raveling invitándolo a ir a visitarlo a París. Esta correspondencia, publicada por primera vez, abre y cierra de nuevo una herida que se creía incurable. De ahí su interés particular.

**********
Carta de Wiard Raveling, junio de 1980

Querido señor Jankélévitch:
MATARON A SEIS MILLONES DE JUDÍOS
PERO DUERMEN BIEN
COMEN BIEN
Y EL MARCO SE PORTA BIEN
Yo no maté judíos. Que haya nacido alemán no es mi culpa ni mi mérito. No se me ha pedido permiso para eso. Soy del todo inocente de los crímenes nazis, pero eso  no me consuela mucho. No tengo la consciencia tranquila. Tengo una mala consciencia y experimento una mezcla de vergüenza, piedad, resignación, tristeza, incredulidad y revuelta.
No duermo bien siempre.
Con frecuencia permanezco despierto durante la noche y reflexiono, e imagino. Tengo pesadillas de las cuales no puedo deshacerme. Pienso en ANNA FRANK, en AUSCHWITZ, en la FUGA DE MUERTE y en NOCHE Y NIEBLA:
LA MUERTE ES UN MAESTRO EN ALEMANIA
Recuerdo exactamente la noche en la que vi NOCHE Y NIEBLA. Alguien me había señalado que pasarían la película en la televisión. Quería verla. Pero no había que decir nada a mis padres porque era demasiado tarde para un escolar que debía levantarse a buena hora con toda la frescura del cuerpo y el espíritu. Cuando mis padres se hubieron acostado, me levanté clandestinamente, el corazón batiéndome. Cuando pasé delante de su puerta, mi padre roncaba como de costumbre y mi madre dormía apaciblemente, sin duda. Y yo prendí la televisión y puse el sonido muy bajo para no molestar a nadie, y fui el testigo de esa noche de la humanidad. Vi esas montañas de cadáveres, esa mezcla absurda y obscena de carne, de fango, de huesos, de excrementos, de cabellos. Vi esos cadáveres entrelazados en un destino común, empujados dentro de las fosas por un bulldozer impasible, en un abrazo trastornado por la muerte.  Y todo pasaba bajo los ojos aún impasibles de mis compatriotas en uniforme, quienes, según toda apariencia, no  se conmovieron ni por el más pequeño de los cuerpos. Esas cosas inanimadas habían sido seres humanos traídos al mundo por madres, seres humanos llenos de esperanza y de temor, de alegría y de tristeza. Y llenos de talentos. Cuántos talentos.
Y después, volví a acostarme en un estado poco preparado para el sueño. Cuando pasé por a puerta de mis padres, mi padre aún roncaba y mi madre dormía todavía apaciblemente, sin duda. Y estuve solo toda la noche, solo con las impresiones que no podía digerir. Estaba en una edad impresionable, en la cual uno todavía no tiene  muchas defensas intelectuales, en la cual aún no se tienen las callosidades del corazón indispensables para la edad adulta. Y Dios había muerto definitivamente.
Nunca hablé de esa noche con mis padres ni con nadie.  Es sin duda debido a eso que ella nunca me dejó.
¿Acaso tengo derecho a quejarme? Todo el mundo comprende que la víctima se queje, y el hijo de la víctima. ¿Pero el hijo del verdugo?
¿Cómo no acabar nunca con AUSCHWITZ? ¿Cómo superar esas montañas, cómo llenar esas fosas, cómo apagar esos hornos, cómo dispersar esa peste, cómo calmar esos gemidos, cómo calmar esos gritos de desesperanza?
CÁVENME UNA TUMBA EN EL AIRE, AHÍ NO SE ESTÁ ENCOGIDO

Hay entre nosotros quienes han olvidado demasiado pronto. Hay entre nosotros muchos culpables a los que les va bien.
Como bien, gracias, cuando mi mujer está en forma, y sobre todo cuando estoy en Francia.
No tengo dificultades financieras. Gano más que mis colegas franceses, polacos, rusos e israelíes.
Pero sufro por mi país, que ha vuelto a ser en apariencia fuerte y lleno de confianza. Sufro por mi país que está en realidad lleno de complejos y de incertidumbre, que busca su lugar y su identidad, que está lleno de culpables y de inocentes, de arrogantes y de humildes, de oportunistas y de gente comprometida -  y de jóvenes ingenuos que llevan la pesada carga que la historia les ha puesto sobre la espalda. Ellos necesitan la simpatía y la ayuda de los otros pueblos.
Un francés puede sufrir por la Mayoría o por la Oposición, o por los patrones o por los sindicatos; ¿pero acaso puede él sufrir por Francia? Yo sufro por Alemania, aunque incluso no sepa lo que Alemania es exactamente. Es una herida en mi corazón que no se cierra. Alguien dijo que sin nazis este siglo hubiese podido ser el siglo de Alemania – en el sentido positivo.
Mis padres no mataron judíos.
No duermen bien siempre. Mi madre está indispuesta. Mi padre se duerme rápida y profundamente. Pero no puede dormir mucho tiempo. Se levanta siempre muy temprano. Regresó mutilado de Rusia y su cuerpo siempre le duele. Desde hace ya pronto cuarenta años. Fue ya en 1941 cuando un soldado anónimo de Rusia le quebró la cadera. Por lo tanto, puedo estar seguro de que él no participó en AUSCHWITZ, en Babi Yar, en Varsovia. Tal vez, o incluso probablemente, haya matado algunos soldados rusos. Era normal – por decirlo cínicamente. Mi padre lleva su recuerdo doloroso todos los días con él. No se queja nunca. ¿Acaso su corazón también está herido? ¿Acaso su alma está también mutilada? No oso mirar muy de cerca. A él no le gusta hablar de ese tiempo.
Mis padres no votaron por Hitler antes del 33. Pero después de sus « grandes éxitos », se convirtieron. Conversos a este hombre que sin embargo tenía plenos cuernos en el rostro y olía a azufre desde lejos y no estaba para nada perfumado ni lleno de distinción. Incluso en su región rural, ellos debieron darse cuenta de que los judíos desaparecían un poco por todas partes. Mucho por todas partes. Eso no debió conflictuales más allá que otra medida.
No los desprecio. ¿Acaso yo, en su lugar, no habría actuado como ellos? Esta cuestión me inquieta y no oso darle una respuesta rápida y negativa.
¿Responsables o inocentes resultados?
¿Acaso los amo? ¿Acaso tengo derecho a amarlos? Tal vez yo también, en cierto sentido, he perdido a mis padres. A mis padres y a mi país.
Durante toda mi infancia, durante toda mi juventud, mi padre claudicante me recordó cada día que nosotros habíamos estado del lado malo. ¿Nosotros?
Mis padres comen bastante, gracias. Incluso demasiado. Pero no muy bien para mi gusto. Es a causa de una falta de cultura culinaria. Su pensión está asegurada y es bastante elevada. Tienen más medios que necesidades.
El otro día, un antiguo camarada de clase de mi padre, un judío que había emigrado a los Estados Unidos, lo visitó. A decir de mi padre, se entendieron muy bien. ¿Acaso es verdad? ¿Acaso es un milagro? ¿Acaso es normal?
Mis abuelos no mataron judíos tampoco. Siempre estuvieron contra los nazis, incluso durante su « época gloriosa ». Pero no se distinguieron como resistentes. A decir verdad, no resistieron demasiado. « El individuo no puede hacer gran cosa en política ». No asesinaron a Hitler. Pasaron su tiempo trabajando esperando por lo mejor. ¿Pero quién se interesará en mis abuelos? No hicieron nada importante, ni bueno ni malo. Con ellos no se puede probar nada.
Mis hijos no conocen judíos. En nuestra región ya casi no hay. Mis hijos duermen bien, gracias. A menos que tengan gripa o que un diente les lastime. Todo es como con los pequeños franceses, polacos, rusos o israelíes. Que hayan nacido alemanes no les causa aún problemas. No todavía. Eso no es su culpa, sino la mía y la de mi esposa.
Mis hijos pueden comer bien y mucho si quieren. Pero no siempre lo quieren. Mi niño come como un gorrión. Los otros mejor. Espero que siempre tengan bastante para comer. Y espero que el marco, su marco, se porte siempre bien, al igual que el franco y el zloty. Pero, por supuesto, mis deseos no cambiarán mucho el curso de la historia.
Mis tres hijos son rubios. Rubio germánico. Rubio Brigitte Bardot.

TUS CABELLOS DE ORO MARGARETE
TUS CABELLOS DE CENIZA SULAMITA

Les hablo de ANNA FRANK, les hablaré de NOCHE Y NIEBLA. Les hablaré de nuestra historia no muy bien lograda. Les hablaré del mal que los alemanes infligieron a tanta gente y a tantos pueblos. Les hablaré de nuestra pesada herencia, que es también la suya. Intentaré informarles, interesarlos, despertar su simpatía por aquéllos que sufrieron y por aquéllos que todavía sufren. Buscaré evitar legarles mis pesadillas y mi mala consciencia, cosa que no será sencilla. Aprenderán lenguas extranjeras. Mi hija mayor aprende ya inglés y francés. Viajarán al extranjero y conocerán gente de todos los países. Estoy seguro de que no tendrán muchos prejuicios. Espero que no tengan muchos complejos.
Si alguna vez, querido señor Jankélévitch, pasa usted por aquí, toque a nuestra puerta y entre. Será bienvenido. Y estará tranquilo. Mis padres no estarán ahí. No le hablaremos ni de Hegel ni de Nietzsche ni de Jaspers ni de Heidegger ni de todos los otros maestros pensadores teutónicos. Lo interrogaré sobre Descartes y sobre Sartre. Me encanta la música de Schubert y de Schumann. Pero pondré un disco de Chopin, o si usted lo prefiere, de Fauré y de Debussy. Estoy seguro de que no se molestará si mi hija mayor toca a Schumann en el piano y si los pequeños cantan canciones alemanas. Dicho sea de paso: admiro y respeto a Rubinstein; me encanta Menuhin. Le obsequiaremos con nuestro chucrut y nuestra cerveza. Le prepararemos un quiche de Lorena o una sopa rusa. Le daremos vino francés. Si no puede dormir sobre nuestros edredones, le daremos una manta tan francesa como sea posible. Si, una mañana, es despertado por una voz alemana, no será más que mi hijo que jugará con su tren eléctrico.
Tal vez, si el día es lindo, usted vaya a dar un paseo con nuestros hijos. Y si la más pequeña tropieza o se cae, usted la levantará. Y ella le sonreirá con sus bonitos ojos azules. Y tal vez usted le acaricie sus bonitos cabellos rubios.
Le ruego creer, querido señor Jankélévitch, en la seguridad de mis respetuosos sentimientos.

W.R.

**********

Carta de François-Régis Bastide del 1 de julio de 1980


Querido señor:  

No puedo decirle, a falta de tiempo, a qué grado me ha conmovido su carta a VJ. Por un montón de razones. En resumen, las he dicho en una novela que publiqué en el 76 « Fantasía del viajante ». Soy un viejo amigo de VJ. Pero su actitud me contraría profundamente. Ese no-perdón es horrible. Nos corresponde a nosotros, cristianos (¡incluso si no somos creyentes!) ser otros. El judío fanático es tan malo como el nazi. Pero no puedo decírselo a VJ. Conozco y amo a Alemania, que combatí a los veinte años, ocupada, etc… Mi hija, quien tiene trece años, está en este momento en una familia de amigos en Westfalia del Norte, donde ella habla alemán; donde ella toca su pequeño Schumann, como yo trabajé durante muchos años la Kreisleriana. ¿Dónde está su ciudad? No tengo un mapa, aquí, de vacaciones en la Provenza.
Usted es si ninguna duda profesor de francés, para escribir tan bien y tan considerablemente.
Comulgo con todas las palabras de su carta, que mi amigo juzgará seguramente demasiado sentimental, marcada por esa horrible Gemütlichkeit (comodidad) que debe parecerle el colmo del vicio. Pero es usted quien tiene razón. No juzgue a todos los judíos franceses sobre las terribles palabras de mi amigo. Cuando publiqué mi primera novela, en el 47, « Carta de Baviera », recibí una calurosa carta de Michel Debré, futuro primer ministro. Me decía ya aquello que yo aprendería: que nuestra pareja es eterna, pase lo que pase.
¿Cuál es el origen de su apellido, de su nombre? ¿Húngaro? ¿Vikingo?
Buenas vacaciones. Pórtese bien, usted y los suyos. Respóndame. Su carta seguirá con un poco de retraso. Trabajo en una novela difícil. Gracias. Cordialmente para usted.


F.-R. B.




**********

Carta de Vladimir Jankélévitch del 5 de julio de 1980

Querido señor:

Estoy conmovido por su carta. He esperado esta carta durante treinta y cinco años. Quiero decir, una carta en la que la abominación sea plenamente asumida y por alguien que no tiene nada de culpa. Es la primera vez que recibo una carta de alemán, una carta que no sea una carta de auto-justificación más o menos disimulada. Aparentemente los filósofos alemanes « mis colegas » (si oso emplear ese término) no tenían nada que decirme, nada que explicar. Su buena consciencia era imperturbable. – Y de hecho no hay nada más que decir de esta horrible cosa –. No tuve por lo tanto que hacer grandes esfuerzos para abstenerme de toda relación con esos eminentes metafísicos. Usted solo, usted el primero y sin duda el último ha encontrado las palabras necesarias fuera de políticas planeadas y de fórmulas piadosas todas hechas. Es raro que la generosidad, que la espontaneidad, que una viva sensibilidad no encuentren su lenguaje en las palabras de las cuales uno se sirve. Y es su caso. Eso no engaña. Gracias.
No, no iré a verlo a Alemania. No iré hasta allá. – Soy demasiado viejo para inaugurar esta nueva era. Puesto que es, sin embargo, para mí una nueva era. Demasiado tiempo esperada. Pero usted que es joven, no tiene las mismas razones que yo. No tiene esa barrera infranqueable a superar. Es mi turno de decirle: cuando venga a París, como todo el mundo, toque en mi casa, 1 quai aux Fleurs, cerca de Notre Dame. Será recibido con emoción y gratitud como el mensajero de la primavera. Espero que mi hija (26 años) esté ahí. Ella sabe todo lo que hay que saber sobre el horror sin nombre; pero ella es de su tiempo y no conoció el abatimiento. Su marido es como ella. Todos hacemos la misma tarea (todos, los tres, profesores de filosofía). No hablaremos del horror. Nos pondremos al piano: hay tres (2 grandes para mí, uno para mi Sophie).

Para usted con toda la simpatía.

Vl Jankélévitch quai aux Fleurs, 75003 Paris (1° a la derecha)


*******

Acepté la invitación expresada en la carta. Durante mi siguiente estancia en París, en abril de 1981, visité a V.J. En su apartamento, quai aux Fleurs, delante, detrás, bajo y entre un montón de libros, de manuscritos, de partituras y de imágenes de músicos conversamos toda una tarde acerca de toda clase de cuestiones y de temas: nuestras familias, nuestras materias, autores, músicos, filosofía moral, política, etc. Pero el tema que me interesaba particularmente, sus relaciones con Alemania y la cultura alemana, el periodo de Ocupación, los evitaba sistemáticamente. Respondía apenas y visiblemente a regañadientes a mis preguntas relacionadas con estos temas. Si hubiese insistido, habría dado prueba de una falta de educación.
En primer lugar, estábamos los dos un poco incómodos y tensos. Pero muy rápido se rompió el hielo y la atmósfera se distendió. La mujer de V.J. nos trajo té (en vasos, a la manera rusa) y pastel. Al final, después de muchas horas, el ambiente era completamente relajado y amistoso. Incluso nos reímos juntos. Cuando lo dejé, me dijo que la próxima vez debería llevar a mi mujer. Pero esa fue mi primera y mi última visita a Vladimir Jankélévitch. Durante los últimos años de su vida, nos escribimos cartas regularmente. Una o dos cartas por año y cartas muy cortas, a veces apenas más que intercambios de cordialidad. Un poco más de seis meses después de mi visita, le pedí, en una de mis cartas, que me hablara de su sufrimiento durante la Ocupación alemana. Fue mi último intento de hacerle hablar de « esas cosas ». Su reacción a mi petición fue la siguiente (dice bastante sobre muchos aspectos de su situación al final de su vida): « … no tengo en efecto ningunas ganas de rumiar una vez más mis penas. Será un año nuevo desolador. – Hablaré de eso una vez más todavía, por petición de las Ediciones de Seuil, en mi próximo libro, que será el último. Después ya no hablaré más de eso. Y, por otra parte, ya no existiré. ¿Para qué insistir? ¿y por qué escribir todas esas cosas? La mitad del género humano está compuesta por sordos. Atornillaré nuevamente mi pluma y la pasaré a mi hija, quien será ciertamente más escuchada que yo.
Buen año. Vl J  »

Wiard Raveling



 Publicado en:  Le Magazine Littéraire No. 333 Junio 1995
   




miércoles, 29 de agosto de 2012

Sartre, la cuestión judía y el antisemitismo


A la memoria de Natán Ofek

Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? […]Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso.
(William Shakespeare El Mercader de Venecia)


1. Presentación
El tema del antisemitismo no ha dejado de ser actual, de ahí que toda reflexión al respecto no pueda considerarse agotada. Por otro lado, esta manifestación particular de odio debe comprenderse como parte de un fenómeno social más amplio que podríamos definir como odio al extraño; de alguna manera se le podría entender como la expresión más conocida y generalizada de esta dinámica de exclusión[1]. En este breve ensayo recuperaremos algunas de las reflexiones del filosofó francés Jean-Paul Sartre con respecto a la cuestión judía, el antisemitismo y el odio al extranjero que desarrolló en un trabajo que tituló: Reflexiones sobre la cuestión Judía[2]
2.     Una vida en busca de autenticidad

Jean Paul Sartre nació en París Francia en 1905, en 1924 inició sus estudios universitarios en la École Normale Supérieure, donde conoció a Simone de Beauvoir, con quien estableció una relación que duraría toda su vida. Tras cumplir el servicio militar, empezó a ejercer como profesor de preparatoria; en 1933 obtuvo una beca de estudios que le permitió trasladarse a Alemania, donde entró en contacto con la filosofía de Husserl y de Heidegger. Movilizado en 1939, fue hecho prisionero, consiguió escaparse en 1941 y regresar a París donde colaboró con Albert Camus en Combat, el periódico de la Resistencia. En 1956 rompió con su amigo Camus, denunció el estalinismo y protestó por la intervención soviética en Hungría. En 1964 rechazó el Premio Nobel de Literatura, colaboró con Bertrand Russell en el establecimiento del Tribunal Internacional de Estocolmo para la persecución de los crímenes de guerra, y participó directamente en la revuelta estudiantil de mayo de 1968. Murió en 1980 legando una obra filosófica y literaria muy importante.

3.     Reflexiones sobre la cuestión judía
Sartre escribió su texto sobre la cuestión judía en el año de 1944, es importante contextualizar sus palabras; fueron escritas poco tiempo después de la liberación de París que había estado ocupada por los nazis. En esos momentos ya se tenía información de lo que le habían hecho los alemanes a los judíos, pero todavía no se conocía completamente la magnitud y las características del crimen. Por otro lado, la actitud del gobierno de ocupación francés hacia los judíos fue ambigua; protegieron de alguna manera a los que tenían ciudadanía francesa, hasta donde les fue posible,  pero deportaron a los refugiados de otros países, la mayoría fueron exterminados[3].
Recordemos también que al finalizar la guerra todavía no se había creado el Estado de Israel que se fundó en 1948,  el drama de los sobrevivientes judíos que buscaban refugio todavía no tenía una solución definitiva; estos recorrían Europa en busca de sus familiares y buscando sus pertenencias. Europa se encontraba en ruinas, ocupada por los ejércitos aliados y en una conmoción donde era difícil entender la magnitud de la catástrofe. El escrito de Sartre debe valorarse como el testimonio de un pensador  que da cuenta de aquello que está viviendo y que trata de organizar lo que siente,  y no como una reflexión depurada que puede elaborarse gracias a la distancia emocional que regala el tiempo.
Otro aspecto a considerar es el de las diferencias entre el antisemitismo francés, y lo sucedido en Auschwitz, el primero, más cercano a las vivencias de Sartre, quedó “rebasado” por los resultados de la barbarie alemana. En el imaginario francés estaba presente el “caso Dreyfus” en el que un oficial judío fue acusado injustamente de traición como parte de una campaña antisemita y que llevó al escritor Émile Zola en 1898 a redactar su famoso Yo acuso (J'accuse) donde denunció esta injusticia. No se le puede pedir a Sartre que comprendiera en 1944[4] lo que habían hecho los nazis por lo que muchas de sus conclusiones seguían respondiendo al antisemitismo que el había conocido hasta ese momento.
Ya han pasado más de sesenta años desde que Sartre escribió este ensayo y desgraciadamente no ha perdido vigencia, en Francia se sigue persiguiendo a los judíos, profanando cementerios y haciendo pintas en las sinagogas. El odio a los extranjeros se extiende a los musulmanes, orientales, africanos y latinoamericanos, desde este punto de vista se justifica el continuar estudiando lo que el filósofo francés escribió en su momento.
4.     El hombre y la libertad
El tema que nos ocupa es el de la lectura que hizo Sartre de lo que definió como “cuestión judía”, nos limitaremos a este aspecto exclusivamente, sin embargo para comprenderlo es importante recuperar, aunque sea tangencialmente, algunos aspectos de su propuesta filosófica. Él sostenía que al “hombre” había que entenderlo en su situación existencial concreta, inmerso en las condiciones con las que se enfrenta; “es decir, un conjunto de limitaciones y de obligaciones: el hecho de tener que morir, la necesidad de trabajar para vivir, de existir en un mundo ya habitado por otros hombres”[5]. Al mismo tiempo afirmaba que todas estas circunstancias no le impiden ejercer su libertad. “Estamos solos, sin excusas, es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.” [6]
Ante esta irremediable condición de libertad radical el hombre puede actuar de dos posibles maneras: en forma “auténtica” aceptando su indeterminación, rebelándose contra toda situación que busque cancelar su libertad, o en forma “inauténtica”, “cosificándose” a sí mismo y a los demás para evadir su responsabilidad. Dicho con otras palabras, lo que sostiene Sartre es que la conciencia de nuestra libertad nos angustia ya que nos hace ver que, a pesar de estar siempre rodeados de gente, actuando de acuerdo a reglas o tradiciones, determinados por los espacios externos y las limitaciones de nuestro cuerpo, siempre tenemos la posibilidad de decidir si es eso lo que queremos ser. Lo que descubrimos es que no existe una esencia, o una verdad absoluta que nos determina, a final de cuentas nos descubrimos solos y desamparados frente a la responsabilidad de nuestras decisiones. Estamos condenados a ser libres y obligados a asumir las consecuencias de nuestros actos.
 La conciencia de nuestra libertad, que parecería ser un don, se convierte en una condena de la que buscamos constantemente escapar, la manera de hacerlo, nos dice Sartre, es auto engañándonos por medio de un mecanismo de la misma conciencia “La mala fe tiene, pues, en apariencia, la estructura de la mentira. Sólo que –y esto lo cambia todo- en la mala fe yo mismo me enmascaro la verdad. Así, la dualidad del engañador y del engañado no existe en este caso. La mala fe implica por esencia la unidad de una conciencia”. [7]
Este mecanismo por medio del cual escapamos de nuestra responsabilidad se construye negando la libertad; la nuestra y la de los que nos rodean; nos engañamos contándonos que estamos determinados por las circunstancias o que nos regimos por fuerzas externas, físicas o metafísicas. Así como nos negamos como seres libres, lo hacemos con los demás, los hacemos “cosas”, “objetos” que carecen de albedrío. Para escondernos a nosotros mismos nuestra indeterminación cosificamos a los otros.
5.     El significado de la “autenticidad” frente a la “mala fe”
El hombre concreto se encuentra siempre en una situación que lo está determinando y que le exige posicionarse frente a ella; reconocerse ahí implica asumir lo que la acompaña incluyendo los aspectos desagradables, las emociones que se desatan, las frustraciones, angustias y miedos. El reconocimiento de este “estar arrojado en el mundo” nos enfrenta a la mirada cosificadora de los otros, ellos nos posicionan en un espacio donde no somos lo que elegimos sino lo nos es determinado.
            A partir de este mecanismo de la conciencia que Sartre define como “mala fe” nos entregamos a la mirada cosificadora y somos lo que los otros deciden hacer de nosotros. Pero en una parte de nuestra conciencia la indeterminación se rebela contra la cosificación y se resiste al engaño, ahí radica la autenticidad, en esta decisión de afrontar la angustia, superar el miedo y entenderse en la indeterminación.
“Si se conviene con nosotros en que el ser humano es una libertad en situación, se estará de acuerdo sin mayores problemas con que esa libertad puede ser definida como auténtica o inauténtica, según la elección que ésta hace de sí misma en la situación en la que surge. La autenticidad, ni que decir tiene, consiste en asumir una conciencia lúcida y verídica de la situación, en asumir asimismo los riesgos y responsabilidades que tal situación conlleva, en reivindicarla desde el orgullo o la humillación, y en ciertas ocasiones desde el horror y el odio.”[8]

            La autenticidad para Sartre implica enfrentamiento con lo establecido y búsqueda de cambio, requiere de una solidaridad que puede describirse como humanismo; lo humano consiste en el ser indeterminado que se resiste a la cosificación. El ser auténtico vive su humanidad en constante enfrentamiento con los mecanismos sociales de dominación que tienden a definir el lugar que cada uno debe tener en la sociedad. Así es como explica la existencia de instituciones como la Familia, la Iglesia, el Estado que, dentro de una economía capitalista de explotación,  buscan apropiarse de la libertad de cada individuo para convertirlo en un objeto controlable. Para Sartre la revolución debe entenderse desde la búsqueda de autenticidad en la conciencia, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Y cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres. […]Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que al elegirse elige a todos los hombres. [9]

6.     Antisemitismo
Sartre comprende y explica la cuestión judía en términos de su fenomenología existencialista como una manifestación colectiva de mala fe; considera que en Europa, a lo largo de la historia se ha ido creando un prejuicio de un ser al que se le atribuyen defectos y a quien se le deposita el odio colectivo. El judío es el villano predilecto de la mala fe cristiana y de sus manifestaciones secularizadas que llegan al fascismo, al respecto comenta: 
“Nosotros hemos creado a esta especie de ser humano que sólo adquiere su sentido como producto artificial de una sociedad capitalista (o feudal), este ser humano cuya razón de existir no es otra que la de ejercer de cabeza de turco para una colectividad todavía prelógica. A esta especie de seres humanos que encarna la condición humana más que ninguna otra porque nació de reacciones secundarias surgidas del interior de la humanidad, a esta quintaesencia de lo humano, desvalida, desarraigada, originariamente prometida a la inautenticidad o al martirio. En semejantes tesitura, en tales circunstancias, no hay ni uno solo de nosotros que no sea totalmente culpable y hasta criminal: la sangre judía vertida por los nazis recae sobre todos nosotros.”[10]

Lo que sostiene Sartre es que las existencia de este colectivo denominado “judío” responde a una creación del odio de aquellos que buscan definirse a partir de lo negativo, su ser “europeo”, o “cristiano”, su ser “universalista” o “generoso” o “incluyente” es al mismo tiempo “no ser judío”.  De la misma manera les atribuye a los “judíos” todos los males que le aquejan:
“Si un hombre atribuye la totalidad o parte de las tribulaciones de un país así como las suyas propias a la existencia de « elementos » judíos en la sociedad, si propone resolver el « problema » privando a los judíos de algunos de sus derechos, apartándolos de ciertas actividades de ámbito económico y social, expulsándolos del territorio o exterminándolos a todos, se dice que ese hombre tiene opiniones antisemitas.”[11]

Vemos entonces como para el autor “no es el carácter judío el que provoca el antisemitismo, sino que, y por el contrario, es el antisemita el que crea al judío.”[12] La mala fe actúa en forma individual y colectiva, las personas evaden la responsabilidad de sus acciones y enuncian a rebelarse contra los auténticos causantes de sus males. En el judío, como villano tradicional, se depositan las razones del malestar.
La economía está mal porque los “judíos”, que supuestamente controlan la banca internacional, “especulan” con los ahorros de los trabajadores; “ellos” no permiten la unidad nacional ya que son una “raza” de apátridas que solo son leales al dinero y se confabulan entre sí, son los traidores por excelencia, los “judas” que entregaron y mataron a Cristo. De estos prejuicios desprenden que no se puede confiar en ellos; son cerrados y antisociales solo se casan entre ellos y solo se apoyan a sí mismos. Su único dios es el dinero, son avaros y ambiciosos, estafadores y mentirosos.
            Sartre utiliza su análisis filosófico para explicar cómo es que el antisemita proyecta sobre el judío imaginario todo aquello que ve en sí mismo y rechaza, como en realidad, por medio de un mecanismo de mala fe crea al judío que necesita, “Llegados a este punto podemos, ya, comprender al antisemita. Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, desde luego: de sí mismo, de su conciencia, de su libertad, de sus instintos, de sus responsabilidades, de la soledad, del cambio, de la sociedad y del mundo; de todo, salvo de los judíos.”[13]
            El antisemitismo, así como otras manifestaciones de odio a los extranjeros, es un mecanismo de evasión, falta de autenticidad, actos de mala fe, tanto en lo individual como en lo colectivo; en vez de asumir la responsabilidad por los efectos de las acciones propias se busca un chivo expiatorio a quien responsabilizar. De ahí que se les segregue, persiga, expulse o aniquile. En 1944 se trataba de judíos o gitanos, hoy en día se extiende a musulmanes, latinoamericanos, orientales o africanos. 

7.     Judaísmo como situación

¿Quién es entonces un judío para Sartre? Esta es una pregunta central para poder comprender su reflexión sobre la cuestión judía. Nos queda claro que existe “el judío” en la mirada cosificadora del antisemita, pero ¿existe un ser auténtico más allá del prejuicio? Sartre piensa que sí, pero que está determinado por la imposibilidad de dejar de ser lo que el prejuicio le asigna. En su origen, nos dice el filósofo, su identidad estaba ligada a una fe y a una nación pero a lo largo de los siglos estos referentes se fueron perdiendo:
“Así pues, los datos sobre la cuestión nos indican que: una comunidad histórica concreta es en primer lugar una comunidad nacional y religiosa; más  la comunidad judía, que fue ambas, se ha vaciado poco a poco de estas características concretas. De buen grado la denominaríamos una comunidad histórica abstracta.
(…) Lo que une a los hijos de Israel no es ni su pasado, ni su religión ni su tierra. Pero si todos ellos tienen un nexo común, si todos merecen su nombre de judío, es porque comparten su situación común de judíos, es decir, porque viven en el seno de una comunidad que los tiene por tales.”[14]

            Los judíos no se definen por su religión, hay judíos ateos, tampoco por su nacionalidad ya que muchos de ellos son ciudadanos de muchos países del mundo, tampoco los une una misma lengua, muchos de ellos no hablan hebreo, tampoco se les puede identificar con alguna supuesta “raza”, los hay blancos, negros, rojos y amarillos; no los define su actividad económica, hay empresarios, profesionistas, obreros, campesinos, desempleados, artistas, pensadores, científicos, amas de casa, y estudiantes.
            Lo que los define, según Sartre, es la situación que les es conferida por los otros, son lo que son en cuanto que deben rebelarse contra el prejuicio de la mirada antisemita. Lo que hace a los judíos ser judíos, según él, es el enfrentarse a la imposibilidad de dejar de serlo y al reto de construir un mundo donde se pueda vivir sin llevar cosida la estrella amarilla:
“la autenticidad consiste, en su caso, en asumir hasta sus últimas consecuencias su condición de judío, la falta de autenticidad en renegar de dicha condición o en tratar de esquivarla. En su caso, la falta de autenticidad le resulta mucho más tentadora que el resto de los seres humanos, ya que la situación que ha de reivindicar y vivir es la propia de un mártir.” [15]

            De esta manera explica Sartre lo que le tocó ver en la Europa ilustrada, cómo millones de personas que buscaron asimilarse a la cultura alemana o la francesa fueron excluidos, recluidos y exterminados,  los judíos asimilados, incluso sus hijos o nietos ya convertidos al cristianismo fueron aniquilados como judíos. La condición judía les fue impuesta desde la mirada excluyente del antisemita. Desde esta realidad de la que Sartre fue testigo directo, la condición de mártir del judío auténtico no fue una especulación teórica, se convirtió en una verdad trágica.

7. El lugar del judío
Atrapado por la mala fe del antisemita el judío tiene una doble misión, rebelarse contra la cosificación externa y combatir su propia mala fe. “Mostrarse auténtico reivindicándose como judío está muy bien, en efecto, pero no han comprendido que la autenticidad se manifiesta en la rebeldía.”[16] Sartre comprendió que el sufrimiento de los judíos a lo largo de la historia y lo que acababa de suceder en el Holocausto los colocaba en una situación insostenible y desesperada, la responsabilidad para él pesaba en todos los que les habían negado su derecho a existir,  esto exigía una respuesta política inmediata; por esta razón fue de los pocos intelectuales de izquierda que apoyo el sionismo y se pronunció siempre por el derecho de los judíos a tener un territorio donde no fueran perseguidos.
            Sin embargo su apoyo al sionismo no significó que renunciara a una visión universalista que reivindicara el derecho de los judíos a vivir en cualquier otro país incluida Francia:
“El judío pude elegirse  auténtico reivindicando su espacio judío, con sus derechos (…) a reafirmarse como judío francés. Puede asimismo verse abocado por su elección a reivindicar una nación judía poseedora de una tierra y de una autonomía, puede persuadirse de que la autenticidad judía exige el que el judío esté apoyado por una comunidad israelita.”[17]

            Sartre llegó a esta conclusión porque entendió que mientras el antisemita no le permitiera al judío una completa emancipación éste no estaría a salvo. Hoy en día vemos como esta misma condición puede extenderse y aplicarse a los inmigrantes musulmanes o latinoamericanos que siguen siendo rechazados sin importar lo que hagan o dejen de hacer.
8.La misión del Judío

Sartre consideraba que los responsables de la segregación de los judíos son los antisemitas ya que son ellos los que requieren del prejuicio para huir de su libertad. Lo que los judíos buscan es la igualdad en un mundo donde puedan asimilarse, pero la historia les ha enseñado a no ser ingenuos, “simplemente, el judío auténtico renuncia  para sí a una asimilación hoy por hoy imposible y espera que sus hijos la obtengan mediante la liquidación del antisemitismo.”[18] Siglos de persecución que culminaron en el Holocausto tuvieron un efecto determinante en la manera en la que los miembros de este colectivo se relacionan con el resto de la sociedad. La autenticidad para el judío, según Sartre radica en comprender su situación, entenderse como excluido y segregado, no negarlo para poder combatirlo. El reconocimiento de esta condición impuesta por el antisemita lo obliga a asumir la singularidad colectiva como parte de su identidad, sólo así puede afrontar la persecución.
La Autenticidad judía consiste en  elegirse como judío, es decir, en realizar su condición judía. El judío auténtico abandona el mito del hombre universal: se conoce y se quiere en la historia como criatura histórica maldita; ha dejado de regirse y de avergonzarse de los suyos. Ha comprendido que la sociedad es malvada; ha sustituido el monismo ingenuo del judío inauténtico por un pluralismo social; sabe que se encuentra aparte, intocable, maldito, proscrito, y como tal se reivindica. Renuncia, de golpe, a su optimismo racionalista: advierte que el mundo se halla fragmentado por divisiones irracionales y al aceptar dicha fragmentación- al menos en lo que le concierne-, al proclamarse judío, hace suyos algunos de esos valores y de esas divisiones; escoge a sus hermanos y a sus iguales: es decir, a los demás judíos.[19]

            Sartre sostiene que el judío,  al comprender su situación, al reconocer como su condición de exclusión es producto del odio y la mala fe del antisemita se solidariza con los que están en su posición; “lo que hace al judío es su situación concreta; lo que le une a otros judíos es la identidad de situación.”[20] Desde esta manera de entender la cuestión judía, el filósofo francés invierte la lógica del antisemita, no es que el judío se margine y se excluya por sentirse mejor o por negarse a la asimilación y que sólo busque a sus iguales despreciando a los demás, más bien se solidariza con los excluidos a quienes se les niega la posibilidad de integrarse al resto de la sociedad. Una revisión histórica confirma lo que él sostiene.
9.     El judío imaginario

Como ya hemos expuesto anteriormente, el escrito de Sartre debe comprenderse en el momento en el que fue escrito, en ese momento todavía no existía el Estado de Israel y por lo mismo no se podía comprender lo que sería el conflicto entre Israel y los palestinos, por lo que no podemos cuestionar sus palabras a partir de esta realidad. Lo que se podría desprender de su análisis es la advertencia de un peligro en el que los judíos estarían siempre expuestos y es en desarrollar como colectivo mecanismos de mala fe. En su momento, al término de la segunda guerra mundial, conforme se iban sabiendo los pormenores de la Shoah, las palabras con las que describió a las víctimas fueron las siguientes:

 Los judíos son, de entre todos los hombres, los más pacíficos. Son apasionados enemigos de la violencia. Y esa obstinada dulzura que conservan en medio de las más atroces persecuciones, ese sentido de la justicia y de la razón que enarbolan, como única arma defensiva, frente a una sociedad hostil, brutal e injusta, es quizá lo mejor y más profundo del mensaje que nos entregan y la auténtica señal de su grandeza.[21]

            Hoy en día las cosas han cambiado en muchos sentidos, el Estado de Israel cuenta con una fuerza militar bien equipada, lleva más de medio siglo envuelto  en un conflicto armado al que no se le ve salida, al interior ha reproducido las mismas políticas de segregación hacia los extranjeros como el resto de los países. Si bien Sartre, como se mencionó anteriormente, fue de los pocos intelectuales de izquierda que apoyaron al sionismo estamos seguros que no se identificaría con las políticas anexionistas de algunos sectores del gobierno israelí y se sumaría a los grupos moderados, tanto judíos como palestinos dispuestos a ceder territorios para alcanzar la paz.
10.  Conclusiones
Las reflexiones de Sartre sobre la Cuestión Judía escritas al final de la segunda guerra mundial no han dejado de tener vigencia. Es cierto que la situación de los judíos hoy en día no es para nada equiparable a lo que se vivió durante el Holocausto, sin embargo los mecanismos de odio y segregación siguen operando, y no sólo hacia el colectivo judío. Su análisis puede ayudarnos a comprender los complejos mecanismos de exclusión que operan hoy en día contra otros colectivos que, al igual que el judío, sufren los efectos de la discriminación, la persecución y el odio.

Bibliografía citada
1.Adorno Teodoro W. y Horkheimer Max, Dialéctica de la Ilustración; Fragmentos Filosóficos; Introducción y traducción de Juan José Sánchez, Editorial Trota, Madrid 1994, primera edición en Alemán 1947 en la editorial Querido de Ámsterdam y se reeditó en 1969
2.Arendt Hannah, Eichmann, en Jerusalén; Estudio sobre la Banalidad del Mal, traducción de Carlos Ribalta, Editorial Lumen, Barcelona 1999 (segunda edición) Publicado en Inglés en 1963
3. Sartre Jean -Paul, El existencialismo es un humanismo,  Ediciones Quinto Sol, México, 1999
4.__________, El ser y la nada; Ensayo de ontología fenomenológica; Traducción de Juan Valmar, primera edición en Francés 1943, Losada, Buenos Aires, 1966ss
5.__________,Reflexiones sobre la cuestión Judía, Traducción del francés por Juana Salabert, Seix Barral, Barcelona, 2005



[1] Para ahondar en esta manea de comprender el antisemitismo ver: T. W. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración; Fragmentos Filosóficos; Introducción y traducción de Juan José Sánchez, Editorial Trota, Madrid 1994, primera edición en Alemán 1947 en la editorial Querido de Ámsterdam y se reeditó en 1969. en particular el capítulo titulado Elementos del antisemitismo.
[2] J. P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión Judía, Traducción del francés por Juana Salabert, Seix Barral, Barcelona, 2005.

[3] “En abril de 1944, dos meses antes de que los aliados desembarcaran en Francia, todavía quedaban en el país doscientos cincuenta mil judíos, todos ellos sobrevivieron hasta el fin de la guerra. En realidad, resultó que los nazis carecían de personal y de fuerza de voluntad para seguir siendo « duros », cuando se enfrentaban con una oposición decidida.” H. Arendt, Eichmann, en Jerusalén; Estudio sobre la Banalidad del Mal, traducción de Carlos Ribalta, Editorial Lumen, Barcelona 1999 (segunda edición) Publicado en Inglés en 1963. p. 250
[4] A pesar de que ya todo había ocurrido, pasaron muchos años para que se pudiera comprender lo que había sucedido.
[5] J. P. Sartre, op. cit.  p. 68
[6] J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo,  Ediciones Quinto Sol, México, 1999. p.40
[7] J.P. Sartre, El ser y la nada; Ensayo de ontología fenomenológica; Traducción de Juan Valmar, primera edición en Francés 1943, Losada, Buenos Aires, 1966. p.93
[8] J.P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión Judía, op. cit. p. 101
[9] J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, op. cit. pp. 34-5
[10] J.P. Sartre, Reflexiones sobre la cuestión Judía, op. cit. p. 151
[11] Ibid, p. 9
[12] Ibid, p. 159
[13] Ibid. p.58
[14] Ibid. p.75
[15] Ibid. p.102

[16] Ibid. p.120
[17] Ibid. p.155
[18] Ibid. p.167
[19] Ibid. p.152
[20] Ibid. p.162
[21] Ibid. p.131

Publicado como Cuaderno de Investigación número 3 del Centro de Documentación e Investigación de la comunidad Ashkenazi de México.